Augusto
Comte se inserta en el mundo intelectual en una época en
que las preocupaciones y los estudios sobre la sociedad y los fenómenos
sociales habían alcanzado cierta madurez. Gracias a sus grandes cualidades
analíticas y de síntesis, Augusto crea su propio sistema de filosofía y
política positivista aprovechando todo lo hasta entonces propuesto por otros
autores. Según Comte, la anarquía reinante en Europa después de la gran crisis
provocada por la Revolución Francesa se debía a que los pueblos carecían de un
sistema universal de principios que estableciera entre las personas la armonía
necesaria para cimentar un orden social común dentro del cual los individuos
pudieran desarrollar pacíficamente sus actividades. Es por eso que Comte se
impuso la misión de buscar un remedio “a tal estado anímico, verdadera
enfermedad de la sociedad”, y que creyó haberlo encontrado en una nueva
filosofía, cuyos planteamientos iniciales dio a conocer a través de varios
ensayos publicados de 1816 a 1825, hasta que estructuró una serie de ideas que
ofreció claramente sistematizadas en su célebre curso impartido en París, al
que concurrieron eminentes personalidades intelectuales y que publicó de 1830 a
1842, en los seis volúmenes de su Curso de filosofía positiva.
El objetivo de la nueva filosofía, era:
a) Proporcionar a las mentalidades individuales un sistema de creencias para unificar el espíritu colectivo.
b) Establecer un conjunto de reglas coordinadas sobre las creencias comunes del sistema aludido.
c) Determinar una organización política que sería aceptada por todos los hombres, en virtud de que respondería a sus aspiraciones intelectuales y a sus tendencias morales.
Es
claro que un sistema de creencias sólo puede ser aceptado por todos si éste se
encuentra sustentado sobre conocimientos incontrovertibles, y de ahí que la
filosofía positiva trate de ser, ante todo, “una teoría del saber que se niega
a admitir otra realidad que no sean los hechos y a investigar otra cosa que no
sean las relaciones entre los hechos”. Para la filosofía positiva, el
conocimiento de las “cosas en sí” es imposible. Debe consagrarse exclusivamente
a la investigación de la realidad, rechazando todo saber apriorístico y toda
especulación metafísica.
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